Mostrando las entradas con la etiqueta Historias. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Historias. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de febrero de 2011

Demasiado grande

Ernesto Morosini.

Él era de esos tipos que se levantaba con el canto del gallo, se sentaba en su cama y comenzaba su ritual de cada mañana: levantaba los brazos y los bajaba rítmicamente con el fin de desperezarse. Sus pies descalzos descansaban en una alfombrilla donde encogía y estiraba los dedos, cosa que le daba mucho placer. Se ponía de pie y se dirigía a la ducha. Al salir de ella completamente bañado y afeitado volvía a su habitación y se vestía con calma. Vivía solo desde tres años atrás que su mujer lo había abandonado. La casa me queda demasiado grande, pensó, y era cierto. Setecientos cincuenta y tres metros cuadrados de construcción eran mucho para un tipo como él, acostumbrado a departamentos amplios, pero modestos. Se había mandado a construir esa casa con las regalías que le habían dejado sus cuatro novelas. Era un escritor de ficción, siempre daba en el clavo cuando se trataba de elegir un tema sensacional. La primera novela que había escrito ya llevaba ocho ediciones y la compañía editorial prometía hacer cinco más por la gran demanda del libro. - Maldita piratería, masculló por lo bajo, si no fuera por esa calamidad, en este momento llevaría más de veinte.
Una vez acicalado bajaba a su estudio que era un espacio regular sobriamente adornado, tres libreros atestados de libros de sus autores favoritos, diccionarios, algunas piezas de cerámica y una pintura de Claude Monet. Se acomodó en su escritorio y comenzó a escribir en su computadora. Jamás la apagaba, con el pretexto de que de repente le surgían ideas que enriquecían su novela mientras se encontraba bebiendo un café en la cocina o regando su jardín. Incluso cuando dormía, se despertaba y corría a su computadora para transcribir su sueño.
Una ocasión despertó de madrugada, se levantó, encendió las luces y se dirigió a su estudio. Ahí encontró a su cuerpo astral que escribía en la computadora -¿quién eres? ¿Qué haces con mi máquina? interrogó el escritor. Nada, mirando los textos, respondió la aparición. ¿Acaso no sabes que estás en MI casa y es propiedad privada? preguntó un tanto azorado. Si, lo se, respondió el aparecido. Esta es mi casa también.
Comenzó a invadirlo una sensación de vulnerabilidad. Se hizo a la idea de que solo era un mal sueño y decidió seguirle el juego a la aparición, después de todo no parecía tan malo. Tomó una silla y se sentó junto a su diáfano huésped. Trabaron conversación con respecto a la novela y de sus ideas. Fueron complementando el texto hasta que amaneció, entonces, el aparecido le dijo con una voz suave: ya es hora de que me retire, y se despidió. El escritor le dijo adiós. Volvió a la cama y se dispuso a descansar un poco, más tarde aclararía su mente.
Ya pasaba del medio día cuando despertó, se sentó en la cama y realizó el ritual de los brazos y de los dedos de los pies, fue en ese instante cuando recordó el extraño sueño y bajó corriendo a su estudio. Se asomó a la pantalla de su computadora y vio que no había sido un sueño: la novela estaba concluida. Esbozó una sonrisa y se dijo: estoy loco. Bienaventurada locura, llevó la novela a su editor y resultó un éxito como las anteriores.
Aún sigue escribiendo, casi siempre de madrugada y ahora dispone de otra computadora para su transparente amigo. Juntos escriben, discuten, hablan de política y a veces se beben un coñac juntos.
Jamás la casa le volvió a resultar demasiado grande.

Imagen: "Habitación de escritor". Óleo sobre tela, de Luis G. Rejano