jueves, 13 de septiembre de 2012

Dibujo para que me den ganas de dibujar más.



Autor: Sirako.
Tomado de http://www.arlab.gob.mx/?p=450


Todo el mundo ha garabateado sobre un pedazo de papel; una servilleta o un ticket del súper. Cuando hablamos por teléfono, algunos lanzamos unas líneas al azar sobre los datos importantes que habíamos escrito durante otra llamada. Mientras haya una pluma y una hoja juntas sobre la mesa, alguien va a responder a ese llamado misterioso que nos lanza el dibujo. ¿Para qué lo hacemos? La mayoría de esos rayones van a dar a un bote de basura, junto con envolturas, bolsitas de té, y demás chunches que podemos dejar en una mesa. En lo que menos pensamos al tomar esa pluma y comenzar a dibujar, es en el resultado, sólo el impulso, la acción, el movimiento sobre la hoja nos atañen, la acción, mover la mano. Al dibujo, el registro, la huella de los movimientos, le arrugamos sin prestarle mucha atención.

Pero aquí estamos quienes amamos los dibujos, el objeto, la obra terminada, los guardamos en una cajita como tesoros o los exhibimos como las fotos de la novia en la cartera. En Internet, para bien o para mal, hay un boom, una moda que viene más de las ilustraciones digitales que del dibujo en sí mismo, pero que al fin y al cabo, eso es dibujo, dibujar es hacer planos y bocetos, cómics y cartitas de amor, dibujar es escribir con letras de colores los nombres de nuestras bandas favoritas y adornarlo con estrellitas y unicornios, es reinventarle traje a un súper héroe, dibujar es crear, del modo más honesto posible, sin que dibujar sea, necesariamente, antesala de ninguna otra cosa.

Nuestro amor por las imágenes, cómics y caricaturas se explica en la infancia. De niños casi todos éramos dibujantes; nuestros padres pegaron en las paredes de su cuarto o en el refrigerador, esos testimonios de que nos estábamos convirtiendo en individuos, porque era clara la diferencia entre nuestros dibujos y los de los demás:

—Éste lo dibujó Lupita
—¡Qué bonitas florecitas!
—Y éste es de Juan
—¿Esa cosa es un monstruo?

Luego, poco a poco, y en general, se dibuja menos, los niños que juegan fútbol empiezan a llevar trofeos que son más vistosos que los rayones de colores. Las fotos del concurso de poesía se enmarcan y están en la sala a la vista de todas las visitas, las clases de piano se presumen en los cumpleaños y las reuniones familiares con el clásico “Ven hija, tócale las mañanitas a tu tía Rosi”. Los dibujos se empolvan guardados en un clóset o se los lleva el camión de la basura y nadie nunca pregunta: “¿Mamá? ¿No sabes dónde están guardados los paisajes que hice con lentejas en el kínder?”. Si corremos la mala suerte de tener clases de pintura cuando niños, nuestros óleos estarán colgados en la sala, pero los dibujos están en un cuaderno, hechos con lápiz o con un sharpie que se le olvidó a alguien en tu cuarto, sobre una bolsa de estraza y dentro de ella.

Algunos siguen dibujando, unos más y otros menos, lo importante es no dejarlo. A mí me tocó ser el niño que dibujaba más, aunque no era el que dibujaba mejor, mis dibujos no conocían la perspectiva ni las sombras. La forma, el volumen, eran una idea vaga que había mencionado la maestra Teresa, pero qué aburrida era su clase, y yo prefería dibujar caricaturas y personajes de la televisión, cosa que la hacía enojar, y por ende nunca nos interesamos el uno en el otro. Yo dibujaba por gusto, ella quería que dibujara para completar sus ejercicios, algunos compañeros lo lograban, y lo hacían tan bien, que todos nos moríamos de envidia. Ahora me doy cuenta de que a esos niños les hacían las tareas sus mamás; porque además de las horas de dedicación y los coloreados parejos que son casi imposibles en tercero de primaria, no había esa pasión que teníamos los que dibujábamos atrás de todos los cuadernos…
No importan tanto los manuales de dibujo ni los maestros; ayudan, claro, a quienes tienen unos padres avispados que los inscriben en cursitos de verano, a quienes tienen la suerte de encontrarse con un buen maestro, se va más allá a la hora de hacer líneas, se logran efectos que no se comprendían, se sombrea pero hay quien sólo tiene el lápiz, el papel y las ganas, y el dibujo lo encuentra a él para de algún modo poseerlo y obligarlo a dibujar hasta lograr que esos dibujos valgan por sí mismos su existencia (la de ambos).
Le pregunté a uno de mis alumnos por qué dibujaba; a sus diez años tiene una idea muy clara de por qué lo hace y sus respuestas son tan sencillas que ayudan a ilustrar lo más elemental desde lo más sincero: “dibujo porque me gusta, es divertido y quiero aprender más por si algún día necesito dibujar algo para explicar alguna cosa a alguien”

Eso es dibujar, básicamente, y creo que yo a mis 29 me respondo casi lo mismo: “es divertido, me gusta mucho y necesito dibujar más para entender lo que no entiendo” a grandes rasgos el dibujo es un lenguaje distinto que nos facilita el conocimiento. Siempre que tengo un alumno nuevo, le digo que va a aprender un nuevo idioma, pero es uno universal, porque aprender a dibujar es entender las cosas más profundamente, cómo están constituidas, cómo funcionan, y a veces hasta por qué están ahí, y luego de entenderlo, explicarlo de nuevo, para nosotros mismos, para los demás, el dibujo es en el lenguaje del arte una buena plática con café y cigarros, una de esas que terminan con abrazos.

Pero creo que buscamos mejores respuestas, menos concretas, menos aburridas y genéricas. Buscamos respuestas como la que nos daría Pepe González: “Dibujo porque sé hacerlo y me sirve para ganar dinero” o como una de Gary Panter: “I draw because I am pretty good at it and pretty bad at math and a slow typer, AND to get attention”.

Dibujar nos aísla, nos remite a alguien, nos forma un hábito; esa costumbre que no puede quitarse nunca, por fortuna. De deshacerse del mundo. Dibujar es la forma más fácil de ser honesto, por algo hay gente psicoanalizando a otros por medio de sus dibujos. Pero también es la forma más fácil de mentir, sin lastimar a nadie, dibujamos porque en el proceso nos encontramos con un montón de cosas, dibujamos para ver lo que no habíamos visto, ya sea en el modelo (o la modelo, de preferencia) en nuestra cabeza, en nuestras manos, en el dibujo mismo. Dibujar es como cerrar los ojos para sólo perderse en medio de la música, pero dejando un testimonio de todo lo que pasa adentro. Dibujar es aterrizar un avión en una hoja de papel, sin que el avión se detenga, o por decirlo en metáforas más sangronas, dibujar es meter el mar en un huequito en la arena, también dibujar es perder el tiempo.

No encuentro una forma más directa de aprender, que razonar mientras dibujo, cada línea nueva es un nuevo encuentro, sé que para todos los que dibujan es igual, de alguna forma, y si uno dibuja inquieto, dibuja con la inquietud de los que dibujan inquietos o si uno dibuja encorvado, hay a nuestro lado otros 10 que se encorvan igual. Dibujar nos provoca, nos aviva, nos mata, nos resucita, nos mueve, nos guía. Porque el proceso es único en cada trazo y al realizarlo se hace evidente que es un ejercicio puro de libertad y nos incita a seguir dibujando más.


Sirako es ilustrador, pintor y maestro (de dibujo) mexicano. Su página se puede visitar aquí

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