miércoles, 3 de septiembre de 2008

Suelo, no estás solo

Ernesto Morosini

El uso del suelo, como su nombre lo indica, es la forma de aprovechamiento que los habitantes de alguna localidad aplican a los predios que poseen, lo cual ocasiona que el espacio urbano adquiera una serie de características y de cualidades únicas, mismas que pueden favorecer o perjudicar al centro de población. Mucho antes de que se decretara algún tipo de normatividad sobre los usos del suelo, la estructuración de los asentamientos humanos contaba ya con usos del suelo bien delimitados, aunque en algunas ocasiones resultaban ser incompatibles entre sí.

En el año de 1978, en México, la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (SAHOP) definió como usos del suelo a la distribución geográfica espacial planificada de la ocupación del suelo para fines urbanos, como habitación, comercio, servicios comunitarios, vialidad y áreas libres,[1] con el propósito de regular el espacio urbano e inducir el crecimiento de los centros de población hacia territorios técnicamente determinados como convenientes y viables, pues muchos de los problemas que se habían generado en nuestras ciudades tenían que ver con un incorrecto empleo en los usos del suelo. Esto no quiere decir que los asentamientos humanos que se han desarrollado con una adecuado crecimiento urbano carezcan de problemas, sin embargo, no abundan tanto como en otros espacios.

Hoy en día se cuenta con reglamentación en materia urbana que facilita la correcta planeación del territorio. Así mismo, se han elaborado planes para el mejor aprovechamiento del suelo con el propósito de hacer de los asentamientos humanos lugares de orden y de concierto. Desafortunadamente la realidad que impera en nuestras ciudades es otra. Javier Septién [2] comenta que existen dos políticas de planificación; las que se exponen de manera explícita y las que no se explican ni se mencionan pero que operan. Esto provoca un doble lenguaje que no hace más que dañar aún más la imagen y funcionalidad de la ciudad (así como la imagen y funcionalidad del Estado). Septién agrega que otra parte significativa es la diferencia o ajuste que existe entre lo que ordena el gobierno en el plan de desarrollo (municipal, estatal o nacional) y la respuesta que recibe de la comunidad para cumplirlo.

Cada tres años una nueva administración municipal llega a proponer lo que esta cree que es adecuado en su momento, pero al finalizar su periodo de gobierno, la siguiente administración no consigue o no desea dar continuidad al plan de desarrollo de su antecesor, pues el afán protagónico de algunos munícipes es dejar su impronta “huella imperecedera”.

Es una realidad que las urbes crecen y se desarrollan con o sin planes directores, pero qué mejor para nuestras ciudades cuando la planeación proporciona los elementos adecuados para su óptimo crecimiento, pues a fin de cuentas, los beneficiados o perjudicados somos sus habitantes.

[1] Citado en: Corral y Béker, Carlos. Lineamientos de Diseño Urbano, Editorial Trillas. México, D.F. 2001

[2] Artículo de Javier Septién, Cuadernos de Urbanismo 5, 1996. Pág. 24 UNAM.

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